Por Mark Alizart
Las criptomonedas a menudo son consideradas “revolucionarias” y es posible que lo sean. Y no solamente en un sentido metafórico, sino también histórico, político e incluso filosófico.
De hecho, la promesa de Satoshi Nakamoto de que es posible comerciar sin la intermediación de banqueros parece que podría desencadenar una revolución en la economía de la misma manera que Martin Lutero comenzó su revolución en la Iglesia en 1517, al afirmar que los creyentes podían tener una relación directa con Dios sin sacerdotes como intermediarios, o como Oliver Cromwell, George Washington o Maximilien de Robespierre provocaron una revolución en el Estado en los tiempos modernos al declarar que la gente podía gobernarse a sí misma sin príncipes como intermediarios.
Obviamente, el White Paper que en el 2009 dio origen a Bitcoin, la criptomoneda más famosa, no nos dice cómo obtener la vida eterna. Tampoco los pequeños cálculos de un pequeño inversor preocupado por sus ahorros parecen tener mucho en común con la lucha por la libertad. Sin embargo, la revolución que encarna es real. La economía es un aspecto fundamental de nuestras sociedades. Incluso comparte rasgos con las esferas religiosas y políticas.