«No obstante, hemos visto que el capitalismo industrial se funda en la fuerza del mismo modo que lo hacen el feudalismo o el esclavismo de la plantación.
Como sus predecesores, el capitalismo no podría haber sobrevivido en ningún momento de su historia sin la intervención del estado. A cada paso se han ido implantando medidas coercitivas para privar a los trabajadores de acceso al capital, obligarles a vender su trabajo en un mercado favorable a los compradores, y para proteger a los centros de poder económico de los peligros del libre mercado. Citando de nuevo a Benjamin Tucker, los terratenientes y capitalistas no pueden extraer plusvalías de los trabajadores sin ayuda del estado. El trabajador moderno, como el esclavo o el siervo, es víctima de robos constantes y sistemáticos: trabaja en un sistema empresarial edificado sobre el robo del trabajo de sus antepasados. Bajo el mismo principio que Rothbard reconoció en el caso del agro, el trabajador moderno está justificado para tomar el control directo de la producción y obtener el fruto íntegro de su trabajo.»
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