Sobre las teorías del valor

Partiendo de la ecuación costo-beneficio, en este ensayo pretendo complementar o unificar las teorías del valor-trabajo y la del valor subjetivo para explicar el valor de los bienes y presentar una terminología que las haga mutuamente entendibles.

 

En la teoría del valor-trabajo, el valor de un bien está dado por el costo, el trabajo, por el esfuerzo y disgusto empleados en producirlo [SMITH]. Por el contrario, la teoría del valor subjetivo afirma que el valor de un bien está dado por la satisfacción que ese bien es capaz de producir al ser consumido [MENGER]. En el fondo son dos caras de la misma moneda, el trabajo, entendido en el sentido que le da la teoría del valor-trabajo, puede plantearse en términos de la teoría del valor subjetivo como una magnitud negativa de satisfacción, una insatisfacción; y a la inversa, la satisfacción puede entenderse en términos de la teoría de valor trabajo como una magnitud negativa de trabajo. El problema radica en la conmensurabilidad de ambas magnitudes. En la teoría del valor-trabajo se suele medir en tiempo la cantidad de trabajo empleado o necesario, mientras que la teoría subjetiva del valor no establece ningún tipo de cuantificación para la satisfacción. En última instancia, el trabajo necesario es subjetivo en el sentido de que no cualquier persona trabaja o se esfuerza de la misma manera que otra para producir un bien igual o equivalente, dadas sus características particulares. Lo que se establece para salvar esto, es que no se trata de un valor-trabajo individual sino del trabajo socialmente necesario [MARX], un costo estipulado como el tiempo que la mayoría de los productores del bien en cuestión tardaría en producirlo. El que tarde más que ese tiempo social medio en producir estará en desventaja ya que gasta más trabajo en producir algo que solo puede vender a un precio que compensa una parte de ese trabajo; y viceversa. En la teoría del valor subjetivo también existe un precio o valor de cambio objetivo que está más allá del control de cada individuo en particular. Por lo tanto, la racionalidad económica puede plantearse desde ambas perspectivas casi de la misma forma para distintos actores en distintos escenarios. Voy a plantear tres escenarios hipotéticos para explicarlos con este esquema. Los actores no necesariamente son individuos, personas, pueden ser unidades domésticas, empresas, o cualquier otra cosa, siempre y cuando se entienda que es la unidad productiva.

En el primer caso hay un prosumidor autosuficiente: que se abastece a sí mismo y es consumidor de sus propios productos. No hay intercambio. Su razonamiento puede plantearse como la ecuación de diferencia entre costos y beneficios. Si los beneficios superan a los costos, lo razonable es que produzca. De acuerdo a la teoría marginalista, en el segundo consumo del mismo bien los beneficios serán menores al primero, por lo que la diferencia irá disminuyendo con cada nueva iteración hasta alcanzar un punto en que la relación se invierta y los costos superen a los beneficios, momento en que el actor parará de producir [CHAYANOV].

En el segundo caso hipotético hay un productor que vende los bienes que produce para obtener otros que satisfagan sus necesidades, hipótesis preferida por los teóricos del valor-trabajo. Trabaja para producir, lo cual implica un costo, y con el producto tiene que reponer en principio su fuerza de trabajo, y además obtener una satisfacción extra, no consumiéndolo directamente como en el primer caso sino intercambiándolo. Si la venta del producto le puede proporcionar un excedente respecto al costo que le supuso producir, es razonable que emprenda aquella actividad. Si el trabajo apenas le alcanza para satisfacer sus necesidades inmediatas, es decir, reponer su fuerza de trabajo, se encuentra en una ‘economía de subsistencia’ en la que costos y beneficios están equiparados. Si el costo excede la satisfacción que puede obtener a cambio, lo razonable es que deje esa actividad. Por otro lado, el tiempo de descanso puede considerarse tiempo de satisfacción, en contraposición al tiempo de trabajo, o tiempo de trabajo negativo.

El tercer caso es inverso al anterior desde el punto de vista lógico, pero es esencialmente parte del mismo proceso, y es el que plantean los teóricos del valor subjetivo para explicar su teoría. El actor en cuestión es un consumidor y debe elegir entre una cantidad amplia de bienes para satisfacer sus necesidades subjetivas. En ese cálculo de la sucesiva satisfacción de necesidades de acuerdo a su importancia subjetiva, el actor puede perfectamente incorporar la noción de trabajo como contraposición. Cada bien tiene un precio que debe pagar indirectamente con trabajo, ya sea un trabajo realizado en el pasado o uno que debe comenzar a hacer para poder llegar a hacer el intercambio con el que obtenga el bien que ansía.

Esto puede entenderse como el fundamento de las fuerzas de la oferta y la demanda. La oferta como la forma en que los productores expresan su intención de obtener mayor compensación por su trabajo, que más adelante se convertirá en satisfacción al obtener valores de uso; la demanda como la expresión de los consumidores de obtener mayor satisfacción, mayor valor de uso, a cambio de sus bienes, que en algún punto han supuesto un esfuerzo, una insatisfacción. Los actores, como se deduce, no son uno o lo otro, sino ambas cosas: toda compra es una venta y viceversa. El mismo proceso del prosumidor (producir -> consumir) se desagrega en más fases en un sistema económico con división del trabajo (producir -> vender -> comprar -> consumir) pero la racionalidad maximizadora permanece igual: producir la mayor satisfacción con el menor esfuerzo posible. La gran diferencia radica en que el prosumidor autosuficiente solo tiene el producto que él mismo ha producido, mientras que el productor-consumidor puede nivelar costos y beneficios en las fases de intercambio. Lo que para el prosumidor es ‘la ley del menor esfuerzo’ se convierte en el lema ‘comprar bajo y vender alto’.

 

BIBLIOGRAFIA